Además de la atrocidad del asesinato de Candela, caso para el cual casi no hay palabras, la semana que concluye estuvo dominada por la cada vez más áspera controversia entre el Gobierno y la prensa.
Así, el ministro del Interior atacó duramente a la prensa por su cobertura de las elecciones primarias. Es indudable que la relación más fértil entre gobierno y prensa, para una sociedad, es una de distancia crítica y de sana tensión. No sirve la lubricación acrítica de los medios oficialistas, ni tampoco la guerra personal que hoy se registra, que desvirtúa todos los argumentos y, sobre todo, eclipsa los problemas de fondo. Así como los medios deberían dar lugar en su espacio a una multiplicidad de opiniones, y no sólo a aquellas que coinciden con su línea editorial, con más razón el Gobierno debería evitar el ataque a todo lo que le resulta diferente y a lo que no rima con su ideología. Una verdadera democracia debe celebrar su diversidad, no intentar suprimirla ni asustarse con ella.
Una sociedad que tiene voluntad de anular sus diferencias es como un cuerpo que cree que vivirá mejor si elimina sus anticuerpos, mientras que son sus anticuerpos los que lo protegen. La voluntad de univocidad es suicida, en casi todos los órdenes. Como las estufas que carecen de ventilación, la univocidad genera sólo monóxido de carbono, mientras que la multiplicidad de ideas oxigena a una comunidad y la hace, a la larga, menos vulnerable a caer en los extremos, menos vulnerable a la pendularidad y a los grandes vaivenes que rigen su destino. En una sociedad avanzada, las mayorías, cualquiera sea su ideología, deberían bregar por fortalecer los derechos y la palabra de las minorías. Una democracia sólo se asienta sólidamente en la diversidad, y hay núcleos duros en nuestra democracia que todavía se oponen a ella.
Uno de los graves problemas que nos aquejan, además de la voluntad de autoritarismo y la intolerancia que todavía se encuentran presentes, es la desconfianza mutua. Esta desconfianza es la génesis de la presunción de mala fe y mala intención de las otras partes. El problema es que tenemos un gobierno cuyo radio de confianza está limitado sólo a lo que es igual a sí mismo (además de una oposición limitada a su propia inexistencia). Sin embargo, la confianza en una sociedad se torna relevante cuando se aplica a lo que es diferente de uno mismo. El problema de la desconfianza es que impide la asociación mutua, aun para lo que, a priori, nos une. El Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, dijo el miércoles, en la presentación del libro Justicia Argentina online : “La crítica favorece y no debe enojarnos”. Y agregó otra cosa no menor: “Las políticas de Estado son aquellas que se hacen con lo que nos une”. Es que hay demasiado trabajo para hacer con lo que nos une como para cavar cada vez más hondo en lo que comienza más allá de ello.
Por Enrique Valiente Noailles